Pedro de Angelis – Diario el Lucero

Por Diego Lo Tartaro

El relato de un viajero a la tumba de Napoleon en la isla Santa Elena

El coleccionismo es esa pasión que nace generalmente en la adolescencia, que es compañera inseparable de por vida, que atrapa y llena de felicidad y expectativas para quienes la experimentan, Es la que produce un lazo muy especial y misterioso entre el objeto, con todos sus secretos y quien lo contempla o tiene entre sus manos. Eterno buscador de tesoros que el pasado nos oculta o que muchas miradas a lo largo de tiempo no vieron o no supieron ver, el coleccionista a través de sus hallazgos e indagaciones nos devela, transmite y lega sus conocimientos y estudios para enriquecernos culturalmente.

La Argentina tuvo y tiene destacados coleccionistas, uno de sus más distinguidos y eminentes fue sin dudas el historiador y publicista Pedro De Angelis nacido un 20 de junio 1784 en Italia, hombre de innegable erudición y talento al que hay que reconocer su indiscutible aporte a la historiografía., En su ciudad natal Nápoles durante la ocupación napoleónica además de ocupar diversos cargos fue ayo de los cuatro hijos del Rey de Nápoles Joaquín I entre los años 1811 a 1815, debemos recordar que el emperador Napoleón I designa en 1805 al Mariscal Joaquín Murat como Rey de Nápoles por su talento militar como así también por ser su cuñado ya que estaba casado con su hermana Carolina Bonaparte.

En la batalla de Waterloo localidad cercana a la ciudad de Bruselas (Bélgica) el 18 de junio de 1815 cae derrotado Napoleón Bonaparte por la coalición de naciones integradas por los ejércitos de Inglaterra comandados por el duque de Wellington, de Prusia al frente del mariscal de campo Gebhard von Blucher y de varios ejércitos de diversos Ducados, esto provoca la caída definitiva del Emperador. El 15 de julio de 1815 busca refugio en Inglaterra, días después arriba a Londres desde donde será conducido a la isla de Santa Elena su prisión y definitivo ostracismo donde terminaría sus días un 5 de mayo de 1821.

Vale recordar que durante veinte años de guerras Napoleón Bonaparte había arruinado y desangrado a Francia y alterado la paz de toda Europa, finalmente como consecuencia de su derrota en Waterloo se restituye la monarquía en la figura del Rey Luís XVIII, secoloca a Francia bajo la tutela de las potencias triunfantes que imponen en el Congreso de Viena de noviembre de 1815 severas sanciones económicas, la perdida de todas sus conquistas de la época napoleónica y volver a sus fronteras de 1792. Volviendo al Rey de Nápoles Joaquín I ante el derrumbe del imperio francés este huye a Córcega desde donde intenta recuperar Nápoles con un pequeño grupo de leales desembarca en Calabria pero la población le es hostil, lo detienen y finalmente el 15 de octubre de 1815 es fusilado De Angelis ante estos hechos abandona Nápoles y luego de múltiples avatares por diversos países de Europa finalmente fija residencia en Paris donde se destaca por su activa labor como historiador en especial por su trabajo y colaboración en los monumentales diccionarios “Biografía Universal Antigua y Moderna” (1822) y cuatro años más tarde en 1826 en “La Revista Europea”.

No hay certeza si fue en Paris o en Londres donde conoció y trato a Bernardino Rivadavia quien impresionado por su ilustración e importantes contactos y relaciones lo invita a través del comisionado argentino en Paris Héctor Varaigne a que viaje a Buenos Aires donde llega en 1827, acompañado por su esposa Melanie Dayet una joven y hermosa institutriz suiza aunque otros sostienen era francesa, con estrechos contactos en la corte zarista por su relación con la condesa de Orloff.

Ya instalado en Buenos Aires comienza su tarea periodística durante el gobierno de Rivadavia poniendo a su servicio su pluma, que sin interrupción, ni pudor, continua haciéndolo durante los gobiernos de Dorrego, luego de Lavalle y finamente con Rosas su amo definitivo.

La labor intelectual que desarrolla De Angelis en Buenos Aires, es destacadísima y múltiple, su inestimable aporte para el estudio de nuestra historia es la famosa “Colección de obras y documentos relativos a la historia antigua y moderna de las provincias de Río de la Plata” en 7 tomos editados entre 1835 y 1837. Otro trabajo prácticamente desconocido es el “Ensayo Histórico de la Vida del Exmo Sr D. Juan Manuel de Rosas” editado en la Imprenta del Estado en 1830 de solo 32 paginas, con un claro y definido sentido panfletario destinado a exaltar la figura surgente del futuro dictador que si bien carece de valor literario o documental tiene el mérito de ser la primer biografía que se escribió de Rosas.

Fue uno de las más reconocidos coleccionistas y numismáticos que tuvimos, poseedor de una importantísima biblioteca entre la que se encontraba el primer incunable del Río de la Plata el libro “De la Diferencia entre lo temporal y Eterno” del Padre Juan Eusebio Nieremberg SJ traducido en lengua guarní por el P. Joseph Serrano SJ editado en 1705 en las Misiones Jesuíticas de Loreto, hoy integra la colección del Museo de Lujan, con motivo del Bicentenario de la Revolución de Mayo por iniciativa del Instituto Bonaerense de Numismática y Antigüedades se realizó por primera vez su reedición facsimilar.

Triste y lastimoso fue el destino de la inigualable biblioteca y colección de documentos de De Angelis, caído Rosas su situación económica-financiera era muy precaria dado a que pierde sus empleos, esto lo impulsa a ofrecer en venta la misma a Urquiza algo que ya algunos años antes había tratado de hacer sin resultado quien nuevamente la desestima, esto lo obliga a trasladarse a Brasil para interesar al Emperador Pedro II quien compra parte de la misma previa una selección muy cuidadosa y selectiva, adquiere 2.785 libros y folletos impresos y 1.291 documentos y mapas es decir 4.076 piezas en total que hoy integran la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro, en su viaje de regreso a Buenos Aires vende lo que resta de la misma en Montevideo. Es de destacar que del libro del Padre Nieremberg arriba mencionado De Angelis nunca quiso desprenderse, conocedor de su extremada rareza, téngase en cuenta que en ese entonces era el único ejemplar completo conocido en el mundo, en 1856 su estrechez económica se hace muy seria por ello se lo entrega para la venta a Abel Ledoux dueño de la “Librería La Victoria” de la calle Perú N° 20 donde lo adquiere el Sr. Rafael Manuel Trelles que luego vende a el coleccionista Enrique Peña y finalmente su hija Elisa dona al Museo de Lujan.

Sin embargo apareció otro ejemplar en Londres en 1930 que luego en 1939 adquiere en Paris uno de los dos propietarios de la famosa librería L´Amateur el anticuario Don José Corradini, quien finalmente en 1979 vende a un coleccionista privado, este ejemplar que por lo que nosotros pudimos comprobar cuenta con un grabado más que se supone es curiosamente de origen inglés, tiene un total de 482 paginas mientras que el de Lujan tiene un total de 527 paginas.

Finalmente Pedro De Angelis a quien tanto debe toda la historiográfica argentina, muere pobre, olvidado, abatido y muy achacoso en Buenos Aires el 10 de febrero de 1859 Dado a la inestimable importancia del trabajo periodístico de De Angelis vamos a centralizarnos en “El Lucero” “Diario Político, Literario y Mercantil” por el fundado el 7 de septiembre de 1829 y editado hasta el 31 de julio de 1833, primero impreso en la Imprenta Argentina y luego en la Imprenta Independencia.

¿Por qué este particular racconto? Porque releyendo dicho Diario observamos en la edición del lunes 7 de mayo de 1832 en su portada una nota a nuestro parecer muy interesante, particular y desconocida. En su Sección Viajes publica una extensa nota de un viajero no identificado titulada “Visita a Santa Elena” la perdida isla en el Atlántico donde muere Napoleón Bonaparte como hoy diríamos en prisión domiciliaria, tomemos en cuenta que los restos de Napoleón recién retornaron a Francia el 14 de diciembre de 1840.

Transcurridos 190 años pasamos a transcribir completa la nota de referencia, que si bien es extensa tiene pasajes ilustrativos y curiosos. Respetamos su ortografía original.

 

EL LUCERO DIARIO POLITICO, LITERARIO Y MERCANTIL

 

BUENOS AIRES, LUNES 7 DE MAYO DE 1832

 

VIAJES VISITA A SANTA ELENA

 

 

Por la madrugada (dice el viajero ingles de quien copiamos estos detalles) divisamos un punto negro en el horizonte:…¡era la isla Santa Elena! Llevados por un viento favorable, en pocas horas nos acercamos a sus costas: entonces la isla entera se desplegó a nuestras miradas. Imagínese una reunión de peñascos inaccesibles, de 800 pies de elevación perpendicular sobre el nivel del mar, y se tendrá una idea bastante exacta de la parte meridional de la isla, cuya superficie es desnuda é interrumpida por las barrancas y excavaciones. El suelo se compone de capas orizontales, sobrepuestas unas a otras, y que manifiestan en número de erupciones volcánicas que las han producido. Ningun rastro de vegetación se observa en estos parages, el calor de la roca es sombrío, y las nubes opacas que cubrian entonces la cumbre de la isla, y que derramaban sus aguas á torrentes sobre sus flancos descarnados, le dan un aspecto aun mas lúgubre . Cada elevación, cada prominencia, estaban guarnecidos antes por señales y cañones: de suerte que la isla, amparada por esos formidables medios de defensa, nada tenia que temer de los ataques exteriores. En ninguna parte el hombre ha desplegado mas talento en aprovechar las disposiciones de la naturaleza, para formar una prisión de estado inexpugnable.

La pequeña ciudad de James-Town se levanta como un oasis en el valle de este nombre, si es permitido llamar así a un abismo que se abre entre dos sierras. Desde la rada se aperciben la iglesia y el palacio del gobernador, rodeado de árboles. Ambos edificios ofrecen una perspectiva agradable. Varias habitaciones situadas en el declive de una de estas sierras, coronan la ciudad, y en la cumbre se ven á algunos abetos, cuya existencia anuncia que el interior de la isla es menos árido que sus costas.

Obligados á demorarnos algún tanto en la rada, nos aprovechamos de esta oportunidad para visitar á Longood y á la tumba de Napoleon. Eramos cinco, y nuestros compañeros, que se quedaron á bordo, mas exigieron que les llevásemos algunos ramos de los sauces que sombrean la ultima mirada del héroe.

Al llegar á James-Town, nos ocupamos de buscar caballos; pero cuando íbamos a ponernos en camino, se nos previno que para penetrar hasta el recinto sagrado, necesitábamos un permiso del gobernador. Nuestro huésped se encargó de solicitarlo y no tardó en volver con él.

La ciudad de James-Town tiene una sola calle, que atravesamos de un cabo a otro, y despues empezamos a trepar la montaña por un sendero escarpado, guarnecido de un parapeto. Los acontecimientos de Santa Elena, durante la vida del ilustre prisionero, el memorial del Sr. Las Cases, y las obras de los demas proscriptos, formaron el asunto de nuestra conversación. Pronto descubrimos en una pradera regada por el arroyuelo, la casa de Briars; modesto retiro, que Bonaparte ocupó unos cuantos días á su llegada á Santa Elena. La premura del tiempo no nos permitió detenernos, y continuamos nuestro camino. Entramos á un pequeño bosque de abeto, y al poco andar descubrimos las montañas y los valles de la parte occidental de la isla.

La aridez de estas sierras y las nubes que ocultaban sus cimas formaban un contraste con el verdor de los valles sinuosos que se extendia; á sus pies, todas cubiertas de una rica vegetación y regadas por varios riachuelos. Lindas habitaciones de una arquitectura simple, pero elegante, con sus techados de pizarra y persianas verdes hermoseaban este cuadro. De trecho en trecho, y entre profundos desfiladeros apercibiamos la mar envuelta en una espesa niebla que nos ocultaba el horizonte; y en esa atmosfera opaca se avistaban los buques fondeados en la rada y que no aparecían mas grandes que los botes de pescadores.

Desde la elevación en que nos hallábamos, descubrimos, como á la distancia de una milla, una casa edificada en la cumbre de una montaña, en un terreno cubierto de céspedes: nuestro guia tomó aquel rumbo; y nos indicó los dos célebres sauces. Entonces aceleramos el paso para alcanzar la puesta del jaredin, donde fuimos recibidos por un sargento inglés, que era el guardian de la tumba – Nos apuramos. El camino que conduce al sepulcro estaba lleno de geranio en flores; la montaña circundaba el valle por tres lados y el túmulo está comprendido en un cuadro de treinta pies, cubierto de cespedes y cercado de una barandilla verde. El lugar en que descansa Napoleon está en el centro sombreado por dos sauces, y rodeado de una reja de fierro. El sargento, después de examinado nuestro permiso, nos dijo:

“El Emperador en víspera de morir, pidió que sus restos se depositaran en este lugar, sino podían ser trasladados a Francia. A la sombra de estos mismos árboles, acostumbraba conversar con Madame Bertrand, cuando su salud le permitía ir á visitarla en la casita que veis, en aquella altura. El agua de este manantial es la que bebía el Emperador. ¿Queréis probarla?” …….Y nos presentó una copa de estaño, que sirvió para apagar nuestra sed.

“Bajo estas tres losas, continuó el sargento, descansa el cuerpo de Napoleon, Madame Bertans, llenó de flores el espacio que las rodea, y tuvo de ellas el mayor cuidado en todo el tiempo que permaneció aquí—pero ahora están marchitas y secas. Deseáis penetrar hasta la tumba? Se puede quitar un barrote, y como no sois muy gruesos, no hallareis difícil el paso—Aceptamos la oferta del sargento, y cuando nos hallamos tan cerca de los restos del héroe, una emoción irresistible se apoderó de nosotros; por un movimiento común, nos quitamos el sombrero y nos inclinamos hacia la tierra.

Ninguna inscripción se leía en la piedra: ni aun el nombre de Napoleon. Después de arrancados unos pocos ramos de sauce, y algunas hojas de mirto; apuntado nuestros nombres en un libro que debia ser llevado al gobernador, y dada media guinea a nuestro cicerone por su buena voluntad, volvimos al galope á Langwood, que queda como a media legua de distancia, y nos apeamos a la puerta de la sala de billar.

La casa es muy baja, y sus cuartos angostos, sombríos y húmedos; ni debían ser mas agradables cuando los habitaba el Emperador. Ahora amenazan ruina. La pieza, donde Napoleon exhaló su ultimo suspiro, ha sido convertida en una granja, el gabinete en que descansaba, en granero; el cuarto donde estaba su biblioteca, y en que pasaba la mayor parte del dia, dictando las paginas inmortales que ha legado á la posteridad, es una pajarera; su aposento y las viviendas que ocupaban sus fieles compañeros, los generales Gourgaud y Montholon, en pesebres!!! Quise tambien visitar el entresuelo, donde dormía el hijo del Sr. Las Cases, y en que no es posible estar parado. Eran pues fundadas las quejas de Napoleon por el tratamiento inicuo y barbaro de sus carceleros! El jardín, donde solía pasearse, aun existe. Es el único recuerdo que conserva Longwood de su presencia. La nueva habitación, que el gobierno inglés le había hecho construir, era espaciosa, comoda, hermosa y perfectamente alhajada: pero nunca quiso ocuparla y por otra parte la enfermedad que lo arrastró al sepulcro había hecho tales progresos que ya no le era posible trasladarse a ella”.

El Sol declinaba en el horizonte, cuando volvimos á tomar el camino de James Town, y poco despues la Isla del océano quedaba ya muy atrás de nosotros, ‘Que vimos en ella? Peñascos áridos, una casa arruinada, y una losa sin inscripción ….Pero estos peñascos eran los de Santa Elena; la casa era la mansión del héroe que no tenia cabida en Europa, y la losa la tumba que abriga sus restos mortales”.

Buenos Aires, 22 de Diciembre de 2022 Diego Lo Tártaro

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